Por Claudio Alvaradao Lincopi

Desafortunadamente, como sabemos, en medio de los momentos más importantes para el debate democrático de las últimas décadas, donde es posible poner en la mesa los anhelos políticos mapuche, la agenda del gobierno se ha atiborrado, otra vez, de militarismo.

En este contexto, no faltaron los comentaristas que nuevamente hablaron del “terrorismo mapuche”, repitiendo una estrategia comunicacional que a todas luces no ha dado resultados, alejándose con ella de soluciones reales a las aflicciones que se viven en Wallmapu.

Es de manual: el horror es el mejor escenario para un gobierno en decadencia, ya que en la fragilidad inminente que anuncia el espanto, se logran edificar relatos restauradores, la conservación de la materia ante un momento donde las energías se encuentran desaforadas, circulando vivas por entre las fracturas del poder.

Por tantas décadas el camino institucional ha mostrado nulos visos de apertura, que las desconfianzas están regadas por amplias esferas del movimiento

Y hoy estas energías en los territorios mapuche han gestado un estallido profundo, expresado en una serie de recuperaciones territoriales que desde hace décadas no eran tan diversas y coetáneas. Ya no solo las mal llamadas “zonas rojas” de la provincia de Arauco y Malleco se encuentran bajo una disputa abierta por la posesión de la tierra y el poder; a ellas se le han sumado franjas completas de la provincia de Cautín hacia el sur, de mar a cordillera. En la región ya se habla de la masividad de estas recuperaciones, lo cual es fácilmente observable por los innumerables lienzos y banderas que hoy construyen el paisaje rural de Wallmapu.

También hay violencias, el fuego otra vez es protagonista, junto con allanamientos, presidio, incluso asesinatos. La región se encuentra conmocionada, y en estos contextos es vital volver sobre la profundidad de los fenómenos, intentar comprender lo que hay detrás de la urgencia noticiosa. Solo una mirada de largo aliento, buscando hacer converger razones, evitando posiciones ciegas, posibilitará el anhelado dialogo plurinacional.

Desafortunadamente, ante la hondura histórica de estos fenómenos de recuperación, que se ligan a su vez con viejas trayectorias de luchas territoriales que durante el siglo XX tuvieron su clímax en el proceso de Reforma Agraria de la década de 1960 hasta 1973, el lenguaje gerencial del gobierno capotea, no logra ubicar un relato para afrontar la profundidad del escenario inminente, y gesta por tanto su entorno ideal: ¡estamos en guerra con un enemigo poderoso e implacable!

La narrativa del terrorismo emerge nuevamente. Es el único lenguaje que puede enarbolar el gobierno, esto desde el asesinato de Camilo Catrillanca, cuando cualquier posibilidad diálogo quedó completamente desestructurado.

Así, ad portas de un momento refundacional, los diálogos desde el gobierno se encuentran en un punto muerto, y han tomado la pésima decisión de solo escuchar a los sectores menos proclives a la convivencia plurinacional, aquellos que enarbolaron la peor cara del racismo en aquella noche funesta de Curacautín de principios de agosto de 2020.

Lo que está en crisis es una cultura política y una estructura de poder, y para esta crisis los movimientos indígenas se vienen preparando por décadas

Aunque claro, también han surgido durante los últimos días voces que avizoran un camino posible, como el propuesto por el senador Francisco Huenchumilla cuando pide recurrir a las Naciones Unidas para que intermedie en el conflicto. Héctor Llaitul, histórico vocero de la Coordinadora Arauco Malleco, se ha mostrado favorable a este camino. Son pequeñas, pero buenas noticias en medio de una sordera absoluta por parte del gobierno, adoptar la mejor tradición internacional en materia de resolución de conflictos, donde el diálogo y la negociación sean los elementos centrales, situando como pisos mínimos una batería de concepciones y convenios que internacionalmente se han gestado para reconocer y promover los derechos de los pueblos indígenas.

En la actualidad, hay vastos sectores que deberían ser convocados a esta faena histórica. Probablemente, un primer criterio básico, sería no solo hablar con el “indio permitido”, sino que acercar posiciones con los sectores rupturistas, junto con la diversidad de expresiones orgánicas mapuche actuales, desde los alcaldes, hasta organizaciones territoriales y políticas, además de articulaciones de comunidades presentes en diversos sectores de Wallmapu.

Como cualquier pueblo colonizado, la sociedad mapuche comenzó a desarrollar estrategias de acumulación de fuerzas, primero para sobrevivir, luego para infiltrar

Todo esto, además, plantea cruciales preguntas: ¿quiénes serán catalogados como víctimas? ¿habrá víctimas mapuche y víctimas chilenas?, ¿qué tipo de reparaciones para qué tipo de víctimas?, ¿las reparaciones estarán vinculadas con los derechos internacionales para pueblos indígenas? ¿la devolución territorial será un tipo de reparación? Para buscar respuestas, la realidad exige, primero, reconocer una historia de despojos y colonizaciones, es imposible avanzar sin ese mínimo común, luego de ello, un diálogo extenso y dramáticamente complejo.

Es un desafío histórico de grandes proporciones, aunque no se estaría inventando la rueda, existen decenas de ejemplos en el mundo donde por medio de la democracia, los acuerdos y una visión de convivencia se han buscado dar cauce político a conflictividades leídas solo como problemas de orden y seguridad. Y son ejemplos donde la violencia y la fractura social eran de magnitudes, como Sudáfrica, Guatemala o más recientemente Colombia. Estamos a tiempo para gestar este camino, sobre todo en medio de un momento refundacional, donde nociones como plurinacionalidad, autodeterminación de los pueblos o interculturalidad comienzan a ser parte del lenguaje del nuevo país que se constituye.


Claudio Alvarado Lincopi

Sub-Director Centro de Estudios y Documentación Memoria Mapuche
Historiador y Doctor (c) en Estudios Urbanos