Por Mauricio Labarca Abdala
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Hemos vuelto. Luego de un necesario receso veraniego que nos ha permitido recargar pilas y abocarnos a nuestros muchos pendientes personales, acumulados tras un par de años de un trabajo sostenido de alta intensidad. Este regreso inexorablemente viene acompañado del reforzamiento de nuestro compromiso con los movimientos sociales, ambientales e indígenas. Nos reconocemos como parte de esa fuerza transformadora, de ese contrapoder, de una marea que tiene altibajos, y a la vez el potencial incontenible de un tsunami que pronto volverá a manifestar su contundencia y su potencia.

Seguimos convencidxs de que asistimos al final de una era, cuyo síntoma inequívoco, entre muchos, es el desmoronamiento de sus instituciones a través de la pérdida de legitimidad de éstas ante la población. Un fin de ciclo caracterizado por la decadencia, la inestabilidad y la incertidumbre en las dinámicas del poder local y global. Todo ello es bastante claro, sin embargo; mientras lo viejo no termina de caer, progresiva, sostenida e irremediablemente, lo nuevo emerge por doquier, pero aún de forma sutil, disgregada y frágil. De todos modos, hay indicios de que esas piezas provenientes de ecosistemas diferentes, empiezan a encontrarse, a veces por la voluntad de buscarse y otras tantas por lo natural e inevitable de dicho encuentro.

En el contexto de la etapa terminal del gran ciclo, vemos como aún nos hallamos en un micro ciclo de reflujo conservador, restaurador e institucional, que contrasta totalmente con el espíritu del flujo rupturista de aquel 18 de Octubre del ’19 y que, por cierto, seguirá siendo nuestra referencia de origen como proyecto, nuestro punto de partida y nuestro horizonte. Al respecto, sería absurdo negar el alivio que implica el fin de la pesadilla del mal gobierno de Piñera-Larroulet, las violaciones sistemáticas de los DDHH, sus políticas empresariales extractivistas, racistas y todo el largo etcétera que le sigue. De todas formas, no da para festejar. Mucho menos si los responsables de tanta atrocidad sonríen impunes, sin pagar la cuenta que les corresponde y aquello aún está por verse.

Con el fin de ciclo en mente, y entre el vaivén de sus flujos y reflujos, ¿podría calificarse al gobierno entrante como “lo primero de lo nuevo o lo último de lo viejo”? ¿se trata de un proyecto y fuerza política que irrumpe y encarna profundamente elementos de un nuevo paradigma o es más bien un movimiento restaurador de una alicaída institucionalidad política con aires nuevos y discurso transformador, pero de vocación gatopardista en la práctica? Para quien escribe, la respuesta es bastante obvia y ciertamente no resuena con cierto entusiasmo y esperanza voluntarista que se puede apreciar en ciertos segmentos del movimiento social y de la población más politizada que sintoniza con la necesidad de transformaciones de fondo.

¿podría calificarse al gobierno entrante como “lo primero de lo nuevo o lo último de lo viejo”? ¿se trata de un proyecto y fuerza política que irrumpe y encarna profundamente elementos de un nuevo paradigma o es más bien un movimiento restaurador de una alicaída institucionalidad política con aires nuevos y discurso transformador pero vocación gatopardista en la práctica?

¿Optimismo justificado o ingenuidad post traumática?

Si bien se puede entender perfectamente la dramática necesidad de celebración popular y esperanza luego de unos años tan oscuros, sumado al siniestro escenario que hubiese implicado el eventual gobierno neo fascista de JAK como sucesor de Piñera (y que despertó el trauma colectivo y reabrió la gran herida de Chile), pareciera que aquello también gatilló una emocionalidad visceral que produjo una suerte de reinterpretación idealizada del nuevo presidente, su coalición y su proyecto político. Como si la épica de la campaña anti fascista que creó un personaje ficticio (el Boris, una suerte de ‘alter ego’ heroico, cercano y bondadoso del candidato) y todo un diverso relato colectivo, lleno de humor y picardía local, se hubiese confundido y apoderado de su opaco original, quien hace unos días acaba de asumir la presidencia de la nación.

 

Sin pretender “aguar la fiesta de tantxs”, resulta una obligación señalar lo que tan pocxs han querido decir en estos días. Salvo que me haya trasladado involuntariamente a una realidad paralela, entendía que la elección de segunda vuelta estuvo determinada por la irrupción de un nuevo universo de votantes (1.200.000 aprox) que se movieron fundamentalmente para evitar a la ultra derecha y que veían al actual presidente solamente como “el mal menor” de turno. Buena parte de esos votantes no se sentían representadxs por el candidato, ni por su proyecto, ni por los partidos que le acompañan. Una vez conformado el gabinete y otras designaciones relevantes, se fueron despejando varias dudas. La designación del ministro de hacienda, por ejemplo, es bastante esclarecedora, puesto que se trata de todo un símbolo del neoliberalismo de la última década.

Gobierno imaginario, imperio de lo simbólico y progresismo en la medida de lo posible

Por lo anterior, y aunque resulte impopular decirlo, considerando el actual “fervor y borrachera ciudadana”, hay bastantes evidencias que auguran que no será más que un gobierno progresista de baja intensidad y que explotará al máximo la dimensión simbólica propia del recambio generacional de la clase política que encarna, y que actualizará la cultura del estado al siglo XXI, con algunos elementos y dinámicas feministas, todo ello sin tocar el corazón del modelo neoliberal chileno y la devastación extractivista que le acompaña. Una suerte de “neoliberalismo social” (si se me permite el oxímoron), equivalente epocalmente al concepto de “socialismo capitalista” empleado por algunos próceres del PS en los albores de la anterior transición. Dicha equivalencia no parece nada de casual dada la abundancia de militantes de aquel partido en los puestos gubernamentales y diplomáticos, y de la alianza hegemónica que han establecido el FA y el colectivo socialista en la Convención Constitucional, operando allí con las mismas dinámicas de la política transicional de las 3 décadas precedentes.

A lo sumo estaríamos ante la posible implementación del truncado programa gubernamental de ‘Bachelet 2.0’ con una cuota extra de feminismo y ambientalismo y no mucho más. El financiamiento y tutela intelectual de instituciones norteamericanas y alemanas a los ‘think tanks’ de los partidos del FA (Espacio Público y Rumbo Colectivo) como las Fundaciones NED, Open Society, Ford y Ebert, confirman este hecho, además de evidenciar que este país sigue siendo un laboratorio, un modelo experimental diseñado y tutelado desde el norte global una vez más.

El apresurado e innecesario alineamiento con el bloque occidental ante el conflicto entre Rusia y la OTAN (a través de Ucrania) que realizó el presidente electo, confirma claramente esa falta de autonomía (SIC) tanto en la política internacional como en la interna. Lamentable y torpe señal ante un escenario tan complejo provocado por las ambiciones imperiales geopolíticas ‘de aquí y de allá’, y en la que, sin ninguna duda, no hay bando bueno (exceptuando a la población civil inocente que es la que siempre paga los costos) y en donde cualquier comentario y análisis debiese considerar una condena a ambas partes por la responsabilidad que a cada una le corresponde en el desarrollo del escenario actual.

Y aún cuando realmente se entiende y se respeta la algarabía de tanta gente, alguien debe decir estas cosas para que, cuando la borrachera pase y la ‘real politik’ haga de las suyas “en la medida de lo posible”, el desencanto no sea tan grande y el rumbo de nuestros movimientos se mantenga relativamente claro. Yendo a lo concreto, sería útil cuestionarse ¿cuánto interés tendrá el bloque gubernamental y hegemónico en la Convención, en apoyar un proceso de reestructuración y desmontaje de las estructuras verticales y elitistas de nuestra sociedad en pos de estructuras y dinámicas horizontalizadoras y participativas? El derrumbe institucional se está llevando por delante y primero a los viejos partidos, lo que les ha dejado en una posición coyuntural de inmejorable protagonismo y poder. Sumemos a eso el actuar cupular y caudillista del nuevo presidente (por ej: el protagonismo y firma inconsulta del Acuerdo por “la Paz”) y lo exhibido en la Convención, en cuanto a la dinámica de “cocinas partidistas”, la administración de hegemonías y su impronta transicional. Todo ello da pie para hablar de una “neo concertación” y no da margen para esperar mucho más en lo sucesivo, dado que la apuesta responde una vez más a lógicas partidistas sin arraigo popular ni territorial relevante y totalmente desconectadas de las realidades de las diferentes comunidades y naciones que conforman este país.

¿Se puede realmente esperar algo más que los mínimos de cualquier gobierno medianamente “progre” en la década de los ‘20 del siglo XXI? Mínimos que por supuesto han cambiado en Chile tras el 18 de Octubre, donde la frontera mental y cultural de “lo posible” se desplazó bastante hacia el lado de los pueblos. Y, mucho más allá de las buenas intenciones, ¿será que veremos por enésima vez como aquellxs que han querido ‘cambiar el sistema desde dentro’, terminan siendo cambiados ellxs por el sistema que pretendían cambiar, mimetizándose con sus dinámicas y siendo transformados por el ethos del poder y la maquinaria del estado?, ¿cuántxs lo experimentaron en la anterior transición?, ¿aquellxs en la izquierda de la ex concertación, que iniciaron su trayectoria pública colmadxs de sueños y esperanzas y terminaron convertidxs en funcionarixs sin alma, formateadxs por el egregor de “la medida de lo posible” o en operadorxs políticxs de “la transaca a destajo” y que solo les faltó ofrecer a algún pariente como moneda de cambio?

hay bastantes evidencias que auguran que no será más que un gobierno progresista de baja intensidad y que explotará al máximo comunicacionalmente la dimensión simbólica propia del recambio generacional de la clase política que encarna, y que actualizará la cultura del estado al siglo XXI, con algunos elementos y dinámicas feministas, todo ello sin tocar el corazón del modelo neoliberal chileno y la devastación extractivista que le acompaña.

A ratos da la impresión de que se trata de un gobierno imaginario, toda vez que una derecha radicalizada lo ve como una suerte de nueva UP que intentará acabar con sus privilegios de cuajo e instaurar el socialismo. Y por otro lado, una parte de la sociedad percibe algo parecido y lo celebra, creyendo que inicia una suerte de edad de oro de la justicia, la igualdad, la participación y los derechos de la naturaleza. Parecen sentirlo como propio y les impulsa un ímpetu complaciente hacia él. Esa distorsión perceptual surge de las emocionalidades ya descritas y del abuso de lo simbólico como espectáculo para compensar una disposición superficial hacia las grandes transformaciones, así también del eterno chantaje implícito de la amenaza fascista en el horizonte que les hace incluso “ver al rey con ropajes, cuando en realidad va desnudo”.

Los movimientos sociales, la autonomía y el poder constituido

Entendiendo que hablamos “desde y para” las fuerzas transformadoras, resulta fundamental recordar a los movimientos sociales la importancia de mantener su autonomía, resguardar como un tesoro invaluable la capacidad crítica y sostener un sano estado de alerta permanente. La tentación de relajamiento que provoca la sensación de victoria de algunxs activistas nos parece peligrosa, ya que es bien sabido que los gobiernos llamados progresistas suelen ser altamente desmovilizadores, en tanto y en cuanto muchxs les perciben como aliadxs, les idealizan y les entregan una confianza que no se sustenta en los hechos.

En lugar de eso, la invitación es a estar alertas, con mayor o menor desconfianza, y a seguir empujando los cambios de la única forma que el poder constituido entiende: con organización y presión social. Incluso si se escoge ver a este gobierno como un aliadx, que no es ni será nuestro caso en absoluto, se debe entender que la radicalización de la ultra derecha y los grupos de poder económicos y políticos por la defensa del modelo neoliberal, ejercerán una presión brutal sobre éste. Y en lugar de entregarle, así como así, la propia soberanía a modo de respaldo y cheque en blanco, lo que corresponde es ejercer, desde el lado opuesto a los guardianes del neoliberalismo, una presión igual o mayor. Esto es lo único que mantendrá abiertas las posibilidades de un proceso de transformación, cuya gradualidad y profundidad dependerá exclusivamente de la capacidad de los propios movimientos para crecer, empoderarse y articularse, por supuesto bajo las dinámicas y preceptos del nuevo paradigma aún en construcción y desarrollo, y no de la voluntad del poder constituido, lo detente quien lo detente.

A modo de cierre, nuestro llamado siempre será en primer lugar a los diferentes movimientos sociales, ambientales e indígenas de nuestro territorio y a la multitud organizada que busca esa transformación real y profunda a la que jamás renunciaremos. La autonomía y la perspectiva crítica es algo que jamás se debe entregar. En pos de una sociedad horizontal y empoderada, no es un buen juego el volver a levantar referentes, ni salvadorxs idealizadxs, mucho menos si éstos provienen de burbujas elitistas y universitarias, sin conexión profunda con nuestras realidades, cuya base no está en los territorios ni en los movimientos, sino en sus ‘think tanks’ y en las fundaciones primermundistas que les financian.

Y, si bien se comprende que en ese afán por abusar de lo simbólico, la cita de Allende en el discurso de asunción pudo parecer muy bonita a mucha gente, que no se le olvide a nadie que las grandes alamedas las abrió nuevamente el pueblo de Chile, aquel 18 de Octubre y en adelante, soportando la más brutal represión, a costa de muertxs, mutiladxs y presxs políticxs, mientras otrxs se dedicaban a cocinar acuerdos y jugar a la política transaccional de las cúpulas partidistas. Y será el mismo pueblo de Chile el que las volverá a abrir en cada nuevo flujo transformador por venir, desbordando toda institucionalidad y sus dinámicas de poder.

Y a propósito de presos políticos: ¡libertad inmediata y sin condiciones! Y no será un favor, sino uno de los mínimos absolutos de cualquier gobierno democrático, más aún cuando han sido parte del paquete de leyes represivas que criminalizaron la revuelta.


Mauricio Labarca Abdala

Diseñador gráfico y web, ilustrador a ratos, editor del Fanzine #BIGDATA, colaborador del proyecto Memoria Mapuche, editor en Ediciones Estrella Sur y director de Códigos Creativos.