Por Pilar Veas Gálvez

A partir de una serie de conversaciones con miembrxs de las asambleas y coordinadoras territoriales, este artículo es el reflejo de una investigación que busca comprender la rebelión “desde adentro”, considerando como actor principal el movimiento asambleario. La originalidad de este análisis se sustenta en la construcción de un relato auténtico basado en más de 20 testimonios, los cuales abordan una pregunta clave: ¿cuáles son los procesos causales detrás de la rebelión popular?

De acuerdo con los testimonios, la manifestación responde a un gran proceso histórico, pero ¿de qué manera se fue forjando? ¿cuáles son sus componentes? Este artículo invita a reflexionar sobre las causas y sostiene que los antecedentes se pueden agrupar en al menos tres grandes procesos: un proceso estructural, un proceso crítico de movilizaciones y un proceso de coyuntura.

Proceso estructural: La alegría que nunca llegó

“Parecía que había estabilidad en el país, pero lo que refleja el estallido es todo lo contrario. Es que había un malestar, que la gente estaba descontenta y había un desencanto con la actividad política, y en un momento la cosa revienta y revienta con estos 30 pesos del alza del pasaje y el mejor reflejo de todo esto es el eslogan que sale a los días después «No son 30 pesos del alza del metro, sino que son 30 años». No se refiere a los años de dictadura, sino a los 30 años que vinieron después porque el reclamo que había en la calle tiene que ver con esa falacia de la democracia que nunca llegó. La alegría que nunca llegó, la promesa del primer gobierno de la Concertación. Y a decir verdad muchos de nosotros nos sentimos identificados”. Es el relato de César, miembro de la Asamblea Empart de Ñuñoa, quien da cuenta de las fuertes críticas que existen sobre los gobiernos durante las últimas décadas, pues a pesar de ciertos cambios introducidos, existen elementos centrales de la dictadura que siguen vigentes. Este legado traspasó la esfera económica y configuró una nueva relación entre el Estado y la sociedad. Sobre este tema Marcela de la Asamblea Rojas-Oriente y del Cordón Cordillera señala “nos dieron una pastillita por 30 años y nos dejaron esperando por el cambio. Nosotros éramos la carne de cañón, éramos como unas vacas, nos ordeñaban y nos hacían trabajar. Trabajas 10 o 12 horas diarias por una porquería de plata y te hacen creer que eres mejor trabajador, y mientras más trabajas más te endeudas y empiezas a adquirir una vida que no es la tuya. Trabajas solo para pagar cuentas y eso no es vida”.

La continuidad de este modelo se refugió en la estabilidad económica, sin embargo, se fue produciendo una creciente desigualdad y segregación1. Las asambleas han conversado sobre este tema y añaden que el problema se observa claramente en los territorios, donde la distribución y las condiciones del espacio ha afectado la calidad de vida de las personas, creando barrios para pobres y barrios para ricos.

Este escenario generó fuertes críticas sobre todo en quienes veían con recelo como las autoridades no habían avanzado lo suficiente para desmantelar el legado de la dictadura. “Para mí no hubo regreso a la democracia. Se continuó con el modelo económico y se hicieron algunos retoques donde los milicos fueron desapareciendo poco a poco”, dice John, ex miembro de la Asamblea Las Mercedes en Puente Alto. De acuerdo con los testimonios, las señales de disconformidad con la “democracia” eran bastante claras previo al 18 de octubre de 2019: disminución de la participación electoral, baja identificación con los partidos políticos y falta de confianza en las autoridades e instituciones políticas. Carolina, miembro de la Coordinadora de Asambleas Territoriales (CAT), habla de una crisis de representación: “nosotros sólo ejercemos la democracia para ir a votar, pero ese no es el concepto de democracia y participación que yo deseo. El sistema debe cambiar de abajo hacia arriba, desde la base. Debe ser la expresión de la comunidad de base”. Las asambleas además hacen hincapié en que los mecanismos de negociación a puerta cerrada, como la denominada democracia de los acuerdos, generaron una mayor desconfianza hacia la elite política.

Se comienza así a gestar un malestar social que ya había sido alertado por estudios, como lo fue el informe Las paradojas de la modernización2 -inicialmente denominado Malestar de la modernización-, el cual señaló que en un contexto de progreso económico la sociedad estaba experimentando un malestar y que se apuntaba a las autoridades como los grandes responsables. Para aquella época tal vez ese malestar no constituyó un elemento central, pero no debió ser ignorado pues podría conllevar a “una desafiliación afectiva y motivacional que, en un contexto crítico, terminaría por socavar el orden social”. Y esto fue lo ocurrió años más tarde.

 

Proceso crítico: Expresando el malestar en las calles

De acuerdo con los testimonios, la desconexión entre las autoridades y la sociedad comienza a evidenciarse también mediante mecanismos no tradicionales de participación, es decir a través de la movilización social. En ese sentido, este artículo plantea que un segundo antecedente de la rebelión corresponde al ciclo de manifestaciones que se inicia en el año 2000. “Si bien la década de los 90 fue pasiva en términos de organización y manifestación social, desde el 2000 en adelante las organizaciones y las protestas estudiantiles remecieron el escenario político, social e institucional. Este movimiento y los que vinieron después: el movimiento feminista, el movimiento medioambiental, el movimiento No+AFP, y los movimientos regionales como Freirina, generaron las condiciones para que se incubara un descontento organizado y se adquiriera una cultura de protesta masiva”, explica Daniel, miembro de la Coordinadora de Asambleas Territoriales de Puente Alto.

Lxs miembrxs de las asambleas y coordinadoras territoriales destacan las manifestaciones estudiantiles por ser el primer movimiento que se posicionó ideológicamente en contra del modelo neoliberal, alcanzando un punto de inflexión en la agenda pública. Mauricio, miembro de la Asamblea Los Alerces y de la Coordinadora de Asambleas Territoriales de Ñuñoa (CAÑU) señala que las protestas estudiantiles fueron una clara señal que evidenció las fallas del sistema, pero “la elite estaba tan cómoda y se sentía tan segura, que no vieron la fractura en su modelo de dominación. No lo vieron y no quisieron verlo”.

¿Cómo se conectan estos episodios con el denominado estallido social? Lo ocurrido el 18/O parece haber sido un encuentro de demandas y de personas que habían participado en otras movilizaciones. Como sintetiza Alejandra de la Asamblea Las Mercedes: “los círculos comenzaron a encontrarse y se formó́ un estallido que abarcaba todo, cada segundo de tu vida. Fue como una catarsis colectiva”. ¿Lo nuevo? ver a tantas personas que por primera vez se movilizaban, o que desde hace mucho tiempo no salían a las calles. “Me sorprendió́ el carácter local del estallido, lo territorial, ver que ocurriera en cada esquina donde tú mirabas y que gente de todas las edades, incluso los adultos mayores llegaban a reunirse”, dice Marcelo, miembro de la Asamblea Latinoamérica Unida.

La gota que rebalsó el vaso

Los procesos estructural y crítico antes señalados, sin lugar a dudas, funcionaron como facilitadores para el surgimiento de la rebelión, pero la cuestión que sigue sin estar clara es qué rol cumplió el anuncio del gobierno sobre el aumento del pasaje del transporte. Para analizar este tema, el concepto de estructuras de oportunidades políticas es útil. El testimonio de Javier, miembro de la Asamblea Cabildo Plaza Lillo de Ñuñoa, refleja esta situación, “en el mes de octubre la cuestión revienta. La chispa que incendió la pradera fue saltar los torniquetes. Los estudiantes rompieron el dique por donde se metió todo este asunto, pero no es que ellos lo hayan causado. El dique estaba, la presión estaba. Lo que hicieron los estudiantes fue abrir las puertas”.

De acuerdo con las conversaciones, el dique se remonta a la “instalación de la ley Aula Segura que da cuenta de una criminalización con respecto a cualquier tipo de movimiento sobre todo pensando en menores de 18 años”, dice Ramiro de Puente Alto. Este tema instauró un clima de alta conflictividad, especialmente entre los estudiantes secundarios y la policía, abriendo un debate sobre la violencia y la represión por parte de agentes del Estado. Otros testimonios destacan “la falta de conexión del gobierno con la realidad”. Daniela de la Asamblea WAF, lo denomina “el efecto Piñera” y explica que fue un elemento totalmente decisivo para salir a las calles: “Piñera, una persona absolutamente desconectada, déspota y narcisista que toma esta idea de que somos los mejores, que ya venía de antes. Él toma el exitismo de Chile y lo exacerba, y comienza a separarse de lo que el país vivía realmente”. Esta desconexión queda fuertemente evidenciada en las declaraciones de autoridades llamando a la población a “levantarse más temprano” para aprovechar la reducción de la tarifa del metro o la afirmación de que algunas personas van temprano a los consultorios para hacer “vida social”.

En este escenario de tensión se anuncia el aumento del pasaje del transporte, produciendo la reacción inmediata de lxs estudiantes, quienes se reunieron en las estaciones del metro de Santiago para protestar. Para Carlos de la Asamblea Latinoamérica Unida, la intervención de la policía jugó un rol clave en el comportamiento de las personas: “el detonante más allá de la rabia fue la crudeza con que la represión enfrentó las movilizaciones contra el alza del pasaje. Movilizaciones contra el aumento de la tarifa se habían repetido hace 10 años o más. El tema es que la policía empezó a criminalizar a los estudiantes, a golpearlos, a llevarlos detenidos, a tirar lacrimógenas dentro de los espacios cerrados. Por tanto, el actuar fue sobredimensionando con lo que estaba pasando y creo yo que la gente al ver eso salió́ con más rabia”.

El conflicto escaló el 18 de octubre cuando el gobierno cerró la red del metro y las protestas se trasladaron a las calles, sumando más adherentes. Eric, miembro de la asamblea Jardín Alto Organizado relata “en la televisión, los periodistas en terreno intentaban sacarle cuñas a la gente para que dijeran «estoy muy enojado, cerraron el metro», pero la gente opinaba lo contrario «cerraron el metro, pero está bien que se manifiesten». La gente tenía enojo, pero no porque los secundarios estaban saltando los torniquetes, sino con las autoridades”. Más tarde, los cacerolazos empezaron a oírse por todo Santiago y se extendieron rápidamente a otras ciudades. Para muchos ese día y los próximos que siguieron los situaron en las protestas realizadas en dictadura. Armando de la comuna de La Florida recuerda: “logré subirme a una micro que se iba por Vicuña Mackenna y a medida que avanzaba por la calle y por las estaciones de metro observaba cientos y cientos de personas protestando, gritando, con sus cacerolas. Era muy bonito. Fue muy emocionante porque recordé las protestas del 83. Fue revivir esa experiencia. Llegué a la casa y lo primero que dije fue: hay que salir a cacerolear, no podemos bajar los brazos”.

De esta forma, los acontecimientos ocurridos en los últimos meses funcionaron como el último proceso causal detrás de la rebelión popular, el que fue percibido por la mayoría de la población como una oportunidad única para salir a las calles y expresar su descontento.


[1] Sheahan, J. (1997). Effects of liberalization programs on poverty and inequality: Chile, Mexico, and Peru. Latin American Research Review32(3), 7-37.

[2] PNUD. (1998) Informe de Desarrollo Humano. Las paradojas de la modernización


Pilar Veas

Magíster en Políticas Públicas del Instituto de Estudios Políticos de París (Sciences Po). Diplomada en Estrategias Políticas para las Políticas Públicas de la Universidad de Chile. Contadora Pública y Auditora de la Universidad de Santiago de Chile. Ex Consejera Académica en la Federación de Estudiantes. Sus intereses de investigación son las movilizaciones sociales, la democracia y la representación.