Cumbre de Cambio Climático COP 26: La pasarela ambiental de los líderes que se niegan a tomar medidas reales
Por Estefanía González Del Fierro
El 31 de octubre se dio inicio a la Cumbre de Cambio Climático COP 26, postergada por la emergencia sanitaria, ya que su desarrollo estaba previsto originalmente para el 2020. El discurso inaugural estuvo a cargo de Carolina Schimidt, ministra de Medio Ambiente de Piñera quien presidió bochornosamente la COP 25 realizada en Madrid -suspendida en Chile debido al estallido social- y, en cuyas palabras de traspaso de la presidencia de la cumbre al Reino Unido, pudimos ver perfectamente reflejado el espíritu de este evento multitudinario. Llamados a la acción, alianzas de países que se suman a algún nuevo objetivo o alianza que promete ser la salvación, la presentación de las políticas públicas locales como si fuesen la mejor de las innovaciones y destacar siempre el rol del sector privado, fueron parte de la fórmula usada por Schmidt. Fórmula que continuaremos viendo como voladeros de luces a lo largo de toda la cumbre.
Y es que el medio ambiente está de moda. La irrupción de la juventud y de los movimientos climáticos a nivel global, han obligado a los gobiernos a incorporar un lenguaje que suene a ecología. Desarrollo sustentable, economía verde, carbono neutralidad e incluso atrevimientos como minería verde, son algunos de los eufemismos que escuchamos a diario en un intento de convencernos que las potencias del mundo y el poder constituido, están haciendo esfuerzos concretos en busca del bienestar del planeta. La llamada ambición climática es hoy parte de la mayoría de los discursos de los líderes mundiales, sin embargo las verdaderas acciones están muy lejos de la grandilocuencia que tienen los anuncios.
No quisiera detenerme en explicar el detalle técnico de las negociaciones que se desarrollan en Glasgow, pero sí mencionar algunos aspectos fundamentales para entender la importancia que revisten en el marco de la actual crisis climática y ecológica que atravesamos. El principal objetivo de la cumbre es dar cumplimento a lo comprometido y acordado en el 2015 en el Acuerdo de París, que podemos resumir en la urgencia de establecer acciones para limitar el aumento de temperatura del planeta muy por debajo de 2° C, prosiguiendo los esfuerzos para que llegue a 1.5°C.

El Comité Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático, IPCC, en el 2018 publicó un informe que confirma que el Cambio Climático ya está afectando a las personas, ecosistemas y medios de vida a nivel global y que las diferencias entre un aumento de 2°C y 1,5° no sólo son significativas, sino que marcan la diferencia entre la desaparición o no, de ciertos ecosistemas. En él se demuestra que es posible limitar el calentamiento a 1,5°C, pero que se necesitan transiciones sin precedentes para lograrlo, comenzando por una reducción de emisiones del 45% al 2030 y un escenario de emisiones 0 al 2050. Un nuevo informe se publicó en agosto de 2021 y nos trae noticias menos alentadoras que el del 2018. Una verdadera alerta urgente para la humanidad. Se menciona que algunos de los impactos del cambio climático son irreversibles y estamos llegando al punto de no retorno. En este informe se determinó que la temperatura media mundial aumentó en 1,1 °C entre 2011 y 2020 respecto al periodo 1850-1900 y que los últimos cinco años no sólo han sido los más calurosos registrados desde 1850 sino que también, durante ellos las emisiones han aumentado. Todo esto, está directamente relacionado con el aumento de eventos meteorológicos extremos, olas de calor y pérdidas de biodiversidad que afectan directamente la capacidad del planeta de albergar nuestra propia vida. Si bien este informe reconoce que es matemáticamente posible lograr el objetivo del 1,5°C, nos advierte que el tiempo ya se nos acabó.
Los actuales compromisos de los países para reducir sus emisiones nos están llevando a un escenario de aumento de temperatura superior a los 3°C, que me atrevo a describir con total certeza como verdaderamente catastrófico, apocalíptico y digno de la más exagerada película de hollywood de supervivencia terrestre. Estos no-compromisos vienen acompañados de nulas medidas de adaptación que permitan la protección de aquellos ecosistemas que contribuyen a enfrentar de mejor manera las consecuencias de los desastres climáticos que, a nivel global, afectan a las comunidades y países más pobres y vulnerables, que son precisamente los menos responsables de la crisis actual. Un informe de la ONG Oxfam estableció que el 1% más rico de la población emite más del doble de carbono que la mitad más pobre de la humanidad y que, entre 1990 y 2015, el 10% más rico se gastó un tercio del presupuesto global de carbono1 restante, presupuesto que se agotará al 2030 si el aumento de emisiones de los más ricos continúan a este ritmo. Sin embargo, ese porcentaje de ricos, no sólo es el menos afectado, sino que también es el que decide y define los lineamientos respecto a la acción climática que deben implementar los países en el marco del trabajo multilateral. El lobby del poder económico recorre de manera implícita y explícita los pasillos de la cumbre y se apodera de las decisiones a todo momento.
1 El presupuesto de carbono es la cantidad de dióxido de carbono que puede añadirse a la atmósfera sin provocar que la temperatura media global se eleve por encima de 1,5 ºC

Y es que a sólo 10 días del inicio de la COP26, el equipo de periodistas de investigación Unhearthed de la ONG Greenpeace filtró un lote de más de 32.000 presentaciones escritas realizadas por gobiernos, empresas, entre otros, al IPCC, donde se puede ver la presión de países como Brasil, Australia, Arabia Saudita, Argentina, Japón para minimizar en los informes de dicho organismo la necesidad de dejar rápidamente el uso de combustibles fósiles, además de objetar aquellas conclusiones que realzan la necesidad de disminuir el consumo de carne. A su vez, en dichos documentos se ve el cuestionamiento de las naciones ricas al apoyo financiero a los estados más pobres para avanzar hacia tecnologías limpias. De este modo, queda completamente al descubierto lo que comunidades y movimientos han denunciado por años respecto al feroz lobby para mantener el statu quo y acallar, incluso, a la ciencia. No por nada llevamos 26 años realizando cumbres que no logran dar respuestas a la altura de la urgencia que enfrentamos. La gran diferencia esta vez es que literalmente no nos queda tiempo y el reloj, hoy, empieza a retroceder.
Es así como, en lugar de lograr acuerdos globales que permitan la reducción de emisiones necesarias, los compromisos en materia de adaptación y del financiamiento de los países desarrollados a aquellos en vía de desarrollo para que efectivamente puedan tomar medidas, lo que hemos visto ha sido un espectáculo de discursos de presidentes y firmas de acuerdos que no son más que palabrería. Quisiera ejemplificar esto con el muy difundido “acuerdo por la deforestación” el cual hemos visto en los titulares de prensa como “Más de 100 países, que representan el 85% de los bosques del planeta, se comprometen a acabar con la deforestación al 2030” ¿Suena bien, no?, vamos al detalle.
Brasil, Rusia, Canadá, Colombia, Argentina, Reino Unido son parte de los países que han firmado este acuerdo, el que incluye el financiamiento de las grandes potencias, a proyectos de protección de bosques. A su vez, se suman metas de reducción de emisión de metano, contaminante principalmente ligado a la industria ganadera. Para poder entender qué significa esto resulta prudente tener algunos datos de contexto respecto a la deforestación. Se estima que actualmente cada minuto se deforesta una superficie de bosque equivalente a 27 veces una cancha de fútbol. El uso de la tierra para fines agrícolas, silvícolas y de otra índole (directamente relacionado con la deforestación por cambio de uso de suelo) supone el 23% de la emisiones de gases de efecto invernadero de acuerdo al IPCC. En países agroexportadores como Argentina, las emisiones asociadas a la deforestación, ganadería y agricultura representan casi el 40% de las emisiones. En el caso del Amazonas, estudios señalan que a inicios de 2021 la selva en Brasil emitió un 20% de CO2 a la atmósfera del absorbido entre 2010 y 2019 y expertos advierten que en el lado este del amazonas, que está deforestado en 30%, se emite hasta 10 veces más carbono que en el oeste donde la deforestación es cercana al 10%. En las áreas más deforestadas, el aumento de temperatura ha sido de 3,07° en los dos meses más calurosos del año2. Y es que los bosques tienen un doble rol cuándo hablamos de cambio climático; por un lado su pérdida está directamente relacionada con el aumento de emisiones, y por otro, su protección está directamente vinculada con el aumento de la resiliencia de los ecosistemas para que enfrentemos de mejor manera los impactos del cambio climático. En términos simples, proteger los bosques implica una doble ganancia en cuanto reduce emisiones a la vez que crea mejores condiciones de adaptación al cambio climático.

En este contexto, el “acuerdo de deforestación” anunciado es más bien la firma de una verdadera condena de destrucción de bosques por otros 9 años más, al menos. Debemos recordar que este acuerdo está antecedido por uno anterior, del año 2014, donde parte de los países firmantes se habían comprometido a lo mismo, en conjunto con una meta intermedia de deforestación al 2020. La realidad es que el ritmo de pérdida de bosques nativos sólo ha ido en un dramático aumento y los anuncios se han transformado en letra muerta. Ahora, en pleno 2021 a la luz de la urgencia de acciones concretas, las grandes industrias que lideran la deforestación, tienen por lo menos – aunque el acuerdo no es vinculante- 9 años para sacar el máximo provecho posible a la explotación de bosques nativos. Mientras, comunidades indígenas y distintas comunidades han sido completamente excluidas del proceso de decisión respecto a estos anuncios. Es así, como, al profundizar sólo un poco, vemos que los anuncios se caen a pedazos y no son más que una distracción de las verdaderas acciones que deben ser implementadas a nivel global, en el marco de los acuerdos de la cumbre. Y a nivel local en la implementación de políticas públicas que se hagan cargo de la crisis climática y ecológica.


Como mencionaba antes, esta es la tónica de la negociación, cuál pasarela de anuncios y “liderazgos”, con muy pocos impactos concretos en quienes hoy sufren las consecuencias del cambio climático. Chile no es la excepción, ya que a pesar de ser el alumno ejemplar de la región, ya que presentó su contribución nacional (NDC) actualizada en abril de 2020 y el 03 de noviembre subió oficialmente su estrategia climática de largo plazo, lo propuesto es completamente insuficiente en el escenario actual, en el que el país está seriamente afectado por el Cambio Climático en múltiples dimensiones. En resumen, Chile si bien reduce sus emisiones y plantea la meta de ser carbono neutrales al 2050, ha firmado una condena de 20 años más de carbón en las zonas de sacrificio, no plantea absolutamente nada respecto de la necesidad de protección de glaciares, bosques nativos, ríos y acuíferos y otros ecosistemas hídricos fundamentals. Y plantea recién al 2030, presentar un plan de gestión de cuencas del país, año en el quizás muchas de esas cuencas estén destinadas a la completa desaparición. Al mismo tiempo, no menciona nada respecto a la vulnerabilidad de los ecosistemas costeros y el impacto sinérgico del cambio climático y la contaminación de mega industrias con la salmonicultura, limitándose a comprometer la elaboración del 100% de los planes de manejo de las áreas marinas protegidas (AMP) dejando fuera todas aquellas zonas marinas bajo protección oficial que no son parte de esta categoría, como es el caso de parques y reservas nacionales. Esto por mencionar sólo algunas de las deficiencias de vínculo con la realidad local, ya que se podrían dedicar páginas para demostrar las fuertes debilidades. No obstante, Chile se presenta a los ojos del mundo como un “champion climático” y es aplaudido por sus compromisos, los que son siempre acompañados por las grandes corporaciones con quienes organizan conferencias de prensa y más anuncios vacíos.

Es así que esta cumbre se ha transformado en una verdadera pasarela ambiental, donde cada cual compite por mostrarse más verde y ambicioso. Tras cada imagen proyectada, basta sólo mirar un poco más para que todo se desmorone, tal como ocurre con las selfies y puestas en escena que vemos en redes sociales a diario, donde tenemos claro que lo que ahí se muestra, no es real. ¿Dónde está la esperanza entonces? ¿Por qué poner esfuerzo en intentar conseguir algo desde estas dinámicas? No diré que soy optimista, porque optimismo es lo menos que se respira en los pasillos de esta cumbre y el escenario es cada día más gris. Sin embargo, la esperanza jamás ha venido del cálculo político racional, es más bien el reflejo de que aún vale la pena pelear en todos los espacios por nuestro planeta, nuestra madre tierra y el sostén básico de nuestra supervivencia. Y si no avanzamos, al menos estaremos a diario denunciando y sin conformarnos o celebrar migajas. Mientras, se continúa decidiendo nuestro destino y el de otras especies, en la completa impunidad y desconocimiento generalizado sobre la importancia que tienen para todos nosotros, lo que aquí se decide. Al menos alzaremos la voz, y sembraremos las semillas que ya están co-creando un futuro diferente.
Estefanía González Del Fierro
Coordinadora de Campañas Greenpeace, parte de la delegación internacional de Greenpeace en la COP26 en Glasgow