Por Mauricio Amar Díaz

A propósito de lo ocurrido en la ciudad de Iquique el 25 de septiembre, cuando manifestantes de derecha terminaron quemando pertenencias de inmigrantes venezolanos, incluido un coche de bebé, creo que es necesario iniciar una conversación sobre las implicancias de este hecho. En primer lugar, es relevante identificar el proceso de enrarecimiento global que ha hecho posible la emergencia de un sector identificado con los valores de derecha en el que se mezclan elementos racistas y la defensa del neoliberalismo como forma de vida. Para muchos, estos sectores son sobre todo reflejo de una ignorancia amenazante que va desde el terraplanismo hasta la violencia de la White Supremacy estadounidense. Pero esto, creo, debe ser pensado sobre todo como una crisis en la que emerge la última defensa de un sistema de vida fundado en la profunda desigualdad económica y racial. Esta cuestión Sergio Villalobos-Ruminott la ha identificado como emergencia de un fascismo neoliberal. “Si el neoliberalismo – dice – es una organización de los cuerpos basada en un principio de productividad, el neofascismo suplementa ese principio mediante lógicas de autocontrol y vigilancia mutua que resultan más económicas que la burocracia estatal y represiva del fascismo tradicional” (Villalobos-Ruminott, 2021)⁠.

Si de verdad queremos comprender lo que pasó en Iquique, debemos cuestionar las bases, entonces, que han unificado al capitalismo con el racismo, ambos elementos presentes en la matriz de formación de los estados nacionales modernos, pero que en ocasiones se han mostrado incluso como opuestos. Opuestos en tanto el capitalismo que constantemente crea diferencias, establece al mismo tiempo un principio de equivalencia que incluye al cuerpo humano como mercancía. Si el cuerpo es una mercancía, ¿por qué tendrían que existir diferencias raciales o sucedáneos de ésta como las que produce el nacionalismo? Fundamentalmente porque, en términos históricos, el desarrollo del capitalismo ha estado siempre ligado a otra variable, a saber, la separación real de cuerpos mercancía y cuerpos intocables. Si la élite es un cuerpo intocable, la mercancía es por esencia transable, mutable y manipulable. Para que exista algo como un cuerpo mercancía es necesario reducir ese cuerpo a una cosa y a esa cosa darle diferentes características y adornarla con variados símbolos que permitan su compra-venta y su posible uso. En esta producción de cuerpos, el nacionalismo no es un accesorio, sino un dispositivo interior del capitalismo. El nacionalismo que funda los Estados se sustenta en una determinada idea de comunidad, cerrada sobre sí misma, que se despliega a través de líneas de separación jerárquicas entre los cuerpos, tanto dentro como fuera de ella.

Hacia el interior, la comunidad produce bordes, barreras, límites que nunca se frenan, pues parte de su funcionamiento es la producción de nuevas fronteras. Hacia el exterior, la comunidad produce bordes más definidos, pero no por ello pocos en número y formas. En ambos casos, los límites que produce la comunidad están signados por el control de flujo de población, de modo que estos nunca son totalmente cerrados, sino que funcionan selectivamente, operando ingresos y expulsiones de acuerdo con cómo el Estado ha jerarquizado las formas de vida en su interior. Hay venezolanos invitados y venezolanos expulsados de acuerdo con su condición de clase. Hay fundamentalmente haitianos indeseados y expulsados por la conjunción de raza y clase. Hay europeos, sobre todo bienvenidos si son de Europa central y árabes, siempre en la mira. Hacia el interior, la comunidad hace proliferar sus límites creando categorías ambiguas de humanos, cuya posibilidad de integración está siempre en duda. El pobre y el indígena son figuras paradigmáticas de esas producciones. En la medida en que el pobre trabaje sin reclamo o el indígena adhiera sin protesta a los símbolos y forma de vida hegemónica de la comunidad, pueden no sólo ser integrados, sino también incluidos como cuerpos especiales de la comunidad, cosa que de por sí expone su evidente posibilidad de exclusión (Cf. Nail, 2016)⁠.

El borde de lo nacional, en este sentido, está en constante movimiento. Los apellidos extranjeros de políticos nacionalistas lo atestiguan. Achille Mbembe nos dice que “las fronteras ya no están formadas por líneas irreversibles que rara vez se cruzan. Ya no son exclusivamente físicas. Son fundamentalmente híbridas y deliberadamente incompletas y segmentadas […] Líneas físicas, virtuales o de puntos, las fronteras tienen en común que están cargadas de tensión. Actuando a partir de ahora tanto hacia el exterior como hacia el interior, se han convertido en verdaderos nidos, dispositivos de captura, inmovilización y eliminación de poblaciones consideradas indeseables, excedentes o incluso «demasiado»”(Mbembe, 2020)⁠. Nunca existe un borde hecho para siempre, pero en la conjunción del nacionalismo y capitalismo, la producción del borde está ligada a la conversión del cuerpo en mercancía. Lo que hace especial, en este sentido, al fascismo neoliberal es su singular creencia en que un verdadero capitalismo funciona a la par con las fronteras nacionales, cuando en realidad, a pesar de ser en su origen concomitantes, es evidente que el factor económico ha funcionado como una fuerza que desborda el Estado. Entonces, este fascismo neoliberal aparece enunciando un absurdo: la idea de que el capital detendrá su circulación en el punto en que la identificación de los cuerpos como mercancía se detenga en la metafísica de la nación y la raza. En realidad, si hay algo en el capital que desborda al Estado nación es que si bien adquiere con él una fuerza inédita en el siglo XIX, su capacidad de desterritorializar el mundo para reterritorializarlo en la forma de mercancía no tiene ningún límite apreciable (cosa que comprobamos cada vez que vemos circular los rostros de figuras revolucionarias estampados en camisetas, bolsos o chapitas).

Este grupo de fascistas neoliberales parece surgir de una nostalgia a un pasado inexistente, quizá como ocurre con todo fundamentalismo. En ese pasado, habría existido un Estado con funciones mínimas que deja funcionar completamente al mercado, que a su vez se detiene en su operación de mercantilización cuando se encuentra con algún elemento pernicioso para la comunidad nacional. Esta fantasía, supongo más o menos inconsciente, pretende que los privilegios en la sociedad contemporánea se deben a un actuar virtuoso al interior de un mercado nacional, donde la clase ubicada en la punta de la jerarquía sería garante de una estabilidad entre lo nacional y el mercado. A partir de allí, cualquier modificación producida por el actuar del mercado sobre el sistema de privilegios es concebida como disfuncional y “de izquierda”. Esto último puede resultar chocante, pero está relacionado a una antigua creencia de las élites de que es la izquierda la que lleva a cabo la disolución de los lazos que unen a la nación.

De esta manera, el mercado como fuerza disolvente de la relación nación-mercado sería una especie de operación de la izquierda liberal (entre los más afiebrados, esta sería una fuerza hegemónica que dirige los destinos de Naciones Unidas). Por cierto, existe algo que podemos llamar izquierda liberal, pero el juego entre ésta y el fascismo neoliberal sólo podría entenderse al interior de lo que llamamos neoliberalismo, es decir, ambos pertenecen a la misma gramática y en última instancia pueden ser percibidos como fenómenos distintos que conforman el mismo campo de tensiones bipolar. La izquierda no neoliberal, en este sentido, es un enemigo que los fascistas ni siquiera imaginan, porque tal discurso desarticularía la máquina capitalista tanto en lo que respecta a la nación como al mercado. El problema, claro está, en que no podemos identificar con claridad el estado en que tal izquierda existe, si es que existe, pues su condición amenazante radicaría justamente en hacer aparecer una forma de vida no apropiable por el capitalismo.

La pregunta, entonces, respecto a las formas de hacer frente al fascismo neoliberal siguen abiertas, más allá de las revueltas que se han hecho parte de nuestra época. Probablemente, una forma de vida que salga de su peligrosa gramática sea aquella que aprenda a articular todo territorio como común, toda frontera como lugar de encuentro y toda comunidad como lugar de refugio. Mi astigmatismo no me permite ver a la distancia la emergencia de tales formas, pero de seguro proliferan en los afectos, que siguen siendo los más difíciles de asir por el mercado que sabe más de pulsiones inconscientes o inconfesables.

Mbembe, A. (2020). Brutalisme. Paris: La Découverte.

Nail, T. (2016). Theory of the Border. New York: Oxford University Press.

Villalobos-Ruminott, S. (2021). Asedios al fascismo. Del gobierno neoliberal a la revuelta popular. Santiago: DobleAEditores.


Mauricio Amar

Mauricio Amar es Académico del Centro de Estudios Árabes Eugenio Chahuán de la Universidad de Chile. En 2018 publicó el libro Ética de la imaginación. Averroísmo, uso y orden de las cosas, Editorial Malamadre.