Por Leonor Benítez Aldunate*, Soledad Burgos*, Ariel Rosales*, Claudia Reiman*, Dayenú Meza* Gaspar Jofre

*Comisión de Salud ATJAR
*Comisión de Salud ATJAR
*Poblador de Independencia
*Comisión de Evaluación y Proyección ATJAR
*Comisión de Evaluación y Proyección ATJAR
*Comisión de Evaluación y Proyección ATJAR”

En la comuna de Independencia, desde el estallido social y en el contexto de crisis sanitaria, han surgido diversas manifestaciones vecinales y organizacionales. Una de ellas, en la cual se centra este relato, es la “Asamblea Territorial Juan Antonio Ríos”. A continuación, queremos relatar algunos aspectos que nos parecen significativos al momento de responder por qué permanece vigente dentro del territorio y cuáles son los aprendizajes organizativos que se han recogido desde su conformación.

La Asamblea Juan Antonio Ríos lleva prácticamente dos años de funcionamiento y hasta ahora ha vivido múltiples procesos. La variedad de escenarios y problemáticas que se abordan han llevado a una constante reformulación de las actividades e iniciativas que se desarrollan, así como de los saberes que se ponen en juego. Nuestras acciones van desde la conmemoración de hitos significativos para la continuación de una cultura política-territorial emergente, de memoria y denuncia -como lo son el aniversario de la población Juan Antonio Ríos (28 de diciembre), el aniversario de la asamblea (el 31 de octubre), el asesinato del vecino Carlos Godoy en dictadura (22 de febrero), y el asesinato del estudiante Joshua Osorio en la revuelta de octubre (20 de octubre)-; hasta la generación de iniciativas de autogestión y solidaridad al interior de la población mediante la formación de comisiones y grupos de apoyo. Todo esto, considerando, además, jornadas de autorreflexión y replanteamiento interno, dinamización de diferentes espacios de actividad territorial al interior de la población, y la participación en actividades comunitarias y protestas de otros sectores de la región.

Lo desarrollado, siendo profundo y sistemático, no se ha tratado solamente de dar vida al estallido de octubre o de responder a una crisis sanitaria, social y política, sino de un re-encuentro al interior de este espacio, con una sensibilidad particular vinculada a una identidad de clase, una actitud colaborativa y activa, y de contención ante la sensación de injusticia y abandono que se vive en el territorio. Por ello es que, en la asamblea, no sólo es posible observar prácticas de protesta, solidaridad o participación; también es posible reconocer reflexiones y actitudes de desobediencia e indignación asociadas al malestar que produce la situación social de la población, a la problematización de las formas de vincularse vecinalmente y a la distribución del poder dentro del territorio. Así, ser parte de esta organización implica generar acciones transformadoras de las relaciones vecinales convencionales que interpretamos basadas en el individualismo, el asistencialismo y el clientelismo, para promover aspectos esenciales, como alimentación, salud, memoria y bienestar, desde una mirada colectiva, autónoma y respetuosa a los saberes, recursos y redes del propio del territorio.

Este enfoque hacia dentro1 de la comunidad, como señaló una compa’ de la asamblea en sus inicios, proviene de una serie de decisiones tomadas a partir de octubre de 2019 que se han configurado como principio fundamental de la acción, “la construcción de tejido social-poblacional”. Detrás de tales decisiones hay algo distinto al de una lectura utilitaria sobre la necesidad de convencer y sumar a pobladores a un proyecto político propio, o de una lectura lineal y causal sobre los efectos de la desigualdad en la población. Lo que creemos que hay detrás de ese principio de acción son mecanismos de toma de decisiones horizontales y colectivas, que priorizan los saberes y prácticas donde hay consenso y que producen más compromiso de las personas que están en el espacio. También hay confianzas y afectividades que se han construido en el tiempo, así el compartir espacios y haceres entre asambleístas y vecinos, permite cohesionar (“mezclar”) aquello que los discursos y estéticas políticas de la izquierda desunen. Podríamos resumir este último punto en el amor a La Río como dice una compa’ de la asamblea, el cual logra imponerse a cualquier disquisición electoral sobre el futuro del país.

1 Se usará cursivas cuando se haga referencias a expresiones coloquiales de los asambleístas que dan cuenta de miradas y experiencias específicas del “hacer asamblea”.

En esa línea, podríamos decir que estos apegos que han fortalecido el enfoque hacia dentro de la población también han generado una fuerte afinidad dentro de la asamblea. Si bien las acciones colaborativas nacieron de la iniciativa de personas que se conocían, con el tiempo se involucraron diversas otras que se integraron y llegaron a conformar lazos de confianza con quienes ya tenían cercanía entre sí. Dicha confianza está significativamente vinculada con la percepción de responsabilidad y cooperación que se tiene. Por ello visualizamos que la participación en iniciativas populares, de alguna manera, re-elabora el sentimiento de alienación y lejanía de la población en relación con el espacio que habitamos. Observamos que esta confianza social que se encuentra dentro de la población está fuertemente relacionado con la actitud amistosa y asociativa de los asambleístas y vecinos, dentro de los lugares cotidianos que habitamos.

Este enfoque hacia dentro de la comunidad (…) proviene de una serie de decisiones tomadas a partir de octubre de 2019 que se han configurado como principio fundamental de la acción, “la construcción de tejido social-poblacional”.

Igualmente, se destaca el hecho que, dentro de la asamblea, las personas se unen, se apoyan entre sí y cuentan sus problemas; lo que ha generado lazos afectivos, de cuidado y de contención que dan la seguridad de que habrá ayuda en caso de necesitarla, lo cual va alimentando una “complicidad dentro del grupo”. Estos hechos dan cuenta de que, en nuestras acciones colectivas, la confianza se genera en base a una vinculación emocional que moviliza la cohesión entre nosotros como asambleístas.

Dentro de lo que podríamos decir que hace parte de la continuidad de la asamblea deriva, entre otras cosas, de la importancia de la historia y memoria de la población en la que se mueve. Consideremos que las memorias poblacionales logran brindar un sentido e identidad colectiva-territorial a los asambleístas y a otra variedad de vecinos y organizaciones comunitarias, que se sienten convocadas por activar y resignificar las memorias y lugares del territorio a la luz de diversos problemas, actores y luchas políticas, que van desde la revuelta de octubre hasta las demandas históricas del feminismo.

Estos aspectos operan como elemento cohesivo, pues permiten la construcción de un relato comprensivo y coherente que ayuda a hilar las vivencias de los asambleístas y proyectarlas hacia un presente y un futuro deseados, asociado a un mejor vivir en la población. El orgullo de ser parte de una población histórica nos moviliza; genera una identidad colectiva que a su vez nos conecta con nuestro sentido de pertenencia. En este sentido, el tener una alta valoración del sector donde vivimos y de nuestros vecinos es una fuerza cohesionadora cuyo efecto es que las acciones colaborativas y las agrupaciones socio-políticas, como la nuestra, canalizan un proyecto trasformador, que emana de la pertenencia a la población. Así también, nuestra identidad colectiva tiene relación con el entendimiento de lo que es el territorio donde estamos ubicados. Nos identificamos como pobladores de un sector popular, que si bien, no es considerado altamente vulnerable, se ha precarizado bastante. Hay identidad, hay conciencia de territorio y de clase. Esto hace que queramos “donar” parte de nuestro tiempo, así como nuestras capacidades en pro del bienestar de nuestros vecinos.

Para esto, todos y todas las integrantes de la asamblea ponemos a disposición un conjunto de saberes con el fin de lograr nuestros propósitos de manera comprometida, consciente y crítica. Dichos saberes no constituyen sólo la suma aritmética de las habilidades que cada integrante porta, sino su entrelazamiento, integración y complejización, mediante la articulación de dichos saberes con otros aportados por grupos presentes en el territorio. Esto genera sistemas de acción que permiten gestionar desde la asamblea, sus comisiones y organizaciones afines, soluciones alimentarias, médicas, terapéuticas y económicas para vecinos y vecinas, así como también, actividades deportivas, artísticas, culturales, conmemorativas y de protesta, en la población.

Queremos decir que durante este proceso se han desarrollado una serie de saberes -ser, hacer y conocer- que colocan a los y las asambleístas en una disposición particular hacia la realidad territorial, los cuales han decantado tanto de la actividad asamblearia cotidiana, como también, de reflexiones y decisiones conscientes tomadas en jornadas de evaluación y proyección del espacio territorial. Respecto al saber-conocer es posible reconocer algunos elementos que pueden resumirse en la frase saber-leer el territorio que algunos compas’ suelen utilizar al momento de planificar acciones en un sector de la población; lo cual comprende poner en claro quienes habitan un lugar particular, sus necesidades, y actitudes en y hacia la población (organizativas, solidarias, culturales, deportivas, medioambientales u otras), antes de plantear una acción en particular, abiertos a replantear los fines o medios de la acción, a la luz de los hallazgos logrados en el proceso.

Este saber-conocer también implica saber-leer a los compañeros y compañeras que integran la asamblea, con sus miradas, experiencias y prioridades, buscando una comprensión de su posición y puntos de vista particular de la realidad territorial y de su propia contribución al espacio asambleario. Dicho de otra manera, aprendemos a conocer “situadamente” nuestro entorno, lo cual implica el reconocimiento de la parcialidad y limitación de nuestra propia mirada y la necesidad de conexión/articulación con otras posiciones mediante la cual el conocimiento del territorio es posible (Haraway, 19912; Balach & Montenegro, 20033). Por ello, si cualquier asambleísta quiere “levantar una actividad” podemos debatir colectivamente el contenido o sentido de ésta, pero ante todo, buscar las maneras de apoyar la iniciativa porque confiamos en la mirada del o de la compañera que la propone, con el convencimiento de que esa mirada nos ofrecerá una nueva manera de “hilar el tejido social poblacional”.

2Haraway, D. (1991) Ciencia, Cyborgs y Mujeres. La reinvención de la naturaleza. España: Ediciones Cátedra.

3 Balach, M. & Montenegro, M. (2003). Una propuesta metodológica desde la epistemología de los conocimientos situados: Las producciones narrativas. En Encuentros en Psicología Social.

Este saber-conocer también implica saber-leer a los compañeros y compañeras que integran la asamblea, con sus miradas, experiencias y prioridades, buscando una comprensión de su posición y puntos de vista particular de la realidad territorial y de su propia contribución al espacio asambleario.

Esto nos lleva justamente a poner en común la diversidad de saberes-hacer que cada uno trae consigo al espacio, los cuales son tan variados como variadas son las actividades cotidianas de los asambleístas, considerando cocinar, limpiar, cuidar, comprar, vender, manejar, cargar, trasladar, soldar, carpintear, plantar, bailar, cantar, pintar, escribir, diseñar, gestionar, educar, organizar, jugar a la pelota, entre otras. Todo lo cual se funde en la concreción de iniciativas donde se articulan estos distintos haceres, formando un saber-hacer de la asamblea, enfocado al levantamiento y apoyo de redes y sistemas de acción colaborativos y autónomos. Así es como las distintas iniciativas paulatinamente “despegan” (y en ocasiones “se despegan”) de la asamblea, independizándose de su voluntad e integrando a nuevos vecinos que se incluyen en la toma de decisiones.

Es el caso de la “Comisión Feminista” que se forma al interior de la asamblea, ésta se plantea como un espacio de carácter separatista y no acepta incidencia de los hombres asambleístas en sus decisiones ni en la conducción de sus actividades. También es el caso de la “Comisión de Salud” formada en la asamblea, que integra a personas de territorios diversos a la población Juan Antonio Ríos con saberes situados dentro del ámbito médico-sanitarista y que adopta la decisión de relacionarse con la red de atención primaria en salud del sector, a fin de facilitar los procesos de atención de los vecinos afectados por la crisis sociosanitaria. Es la misma situación de la “Comisión de Acopio” que entrega a los mismos vecinos canastas solidarias financiadas con donaciones, y de la cual surge y se separa la “Red de Abastecimiento Rosa Elena Morales Morales”, a fin de desarrollar una estrategia que permita la autogestión y el sostenimiento en el tiempo de esas canastas, además de la generación de un ahorro mensual en el presupuesto de otras familias. Asimismo, a partir de integrantes de la asamblea que se relacionan en espacios informales, emergen talleres de salsa para asambleístas, vecinos y sus familias de todas las edades, los cuales fomentan el entramado comunitario desde un punto de vista recreativo. De la misma forma surge “el mixto” y un equipo “femenino” de fútbol que organiza -en conjunto con la “Comisión Feminista”- el “Encuentro de baby fútbol para mujeres. ¡Si tocan a una respondemos todas!” en conmemoración del 8 de marzo. También emerge el “Club Social y Deportivo de Fútbol Carlos Godoy Echegoyen” que reúne a vecinos de un equipo masculino de fútbol que juega pichangas y campeonatos en la poblaciónSumemos a ello, “Memorias de la Río”, una asociación integrada por asambleístas y pobladores de otros territorios que busca reconstruir comunitariamente la historia y memoria de nuestra población mediante encuentros participativos con vecinos. Estos son solo algunos ejemplos de la variedad de propuestas y grupos que han autonomizado y despegado desde la asamblea y sus integrantes hacia la población.

En este ámbito, uno de los grandes desafíos que enfrenta la asamblea dentro de su saber-hacer ha sido buscar la convivencia entre personas que comparten memorias y trayectorias de vida diferentes. Particularmente hablamos de saber “mezclar” y “mezclarnos” entre pobladores que se sienten pertenecientes a tradiciones políticas antidictatoriales, marxistas, anarquistas, feministas, medioambientales y/o estudiantiles, y pobladores que se sienten distantes o ajenas a estas tradiciones, que guardan memorias familiares y personales marcadas por otros hitos o situaciones que les son importantes, o bien, de otras edades y nacionalidades.

Romper esas barreras que definen la propia identidad, sin abandonarla, es una de las metas más significativas de esta experiencia asamblearia. Nadie podría dejar atrás nada de eso, ya que tales memorias construyen un mundo de relaciones históricas, sociales y afectivas, sin embargo, en la medida en que estas “mezclas” se van sucediendo, el mundo de relaciones de la asamblea se amplía y enriquece, conectándose más a la realidad de la población como dirían algunos compas’. Justamente, parte de la fuerza asamblearia se encuentra en la diversidad que buscamos y pretendemos acoger en nuestro espacio asambleario, desde la unidad de nuestra identidad de clase.

El saber-ser de la asamblea en tanto, se forja desde nuestros deseos, reflexiones y acciones concretas, así es como desde un inicio concordamos en la voluntad de elaborar y desarrollar prácticas de respeto (mutuo y con el entorno), solidaridad, compromiso afectivo, autocuidado, autogestión, autonomía (de los partidos) y resistencia4, las cuales se han convertido en un horizonte del “ser asambleísta” que no siempre alcanzamos, pero que establece una guía de lo que nos gustaría para nosotros mismos y para la población. En la práctica, hemos asumido una actitud afectiva, auto reflexiva y creativa en relación con los contextos que hemos habitado lo cual plantea una ética que busca traspasar todas las acciones asambleístas.

4 Acta asamblearia del 26 de noviembre de 2019.

Nuestra auto reflexión se ha visto expresada de manera colectiva a través de distintas instancias asamblearias de evaluación y proyección participativa de nuestras actividades, en las cuales se han integrado discusiones sobre el sentido, la viabilidad y la logística de las mismas, pero también sobre los principios, objetivos y las tensiones que atraviesan al espacio asambleario, lo cual ha sacado a la luz algunas actitudes básicas de nuestro “ser colectivo” como lo son el apañe y el aguante, y también conflictos básicos del mismo, que podríamos agrupar en cuatro grandes categorías, “patriarcado”, “organización”, “definición política” e “institucionalidad”. Dentro de “patriarcado” reconocemos como tensiones las relaciones sexo afectivas, la división sexual del trabajo y el machismo; en “organización” están el compromiso, la responsabilidad y el autoritarismo; en “definición política” el asistencialismo, la acción directa y el horizonte; y en “institucionalidad”, el proceso constituyente, la relación con el gobierno local, la relación con los partidos políticos y la vinculación con ONGs, fundaciones y universidades5.

5 Sistematización “Jornada de Proyección” de la asamblea JAR, revisada el 23 de agosto de 2020.

Lo importante de reconocer tales tensiones de nuestro “ser colectivo” ha sido proponer formas de destensionar y resignificar las relaciones que nos hacen ruido o nos dañan, haciéndonos cargo de las matrices culturales que traemos con nosotros y de nuestra necesidad urgente de transformarlas. Por ello, vamos formulando e instalando nuevas prácticas que, esperamos, puedan colaborar con este objetivo y a la vez re-crearnos como colectivo. En ese sentido, apostamos por “desarmar” el patriarcado desde lo que somos y lo que nos falta, generando espacios de autoformación tanto mixtos como separatistas para abordar el machismo y fortalecer nuestra comprensión de la responsabilidad sexoafectiva. Así como también, promover actitudes de comunicación, preocupación y compromiso colectivo por parte de los hombres asambleístas mediante la sencilla acción de que se peguen la escurría entre sí cuando se forma una nueva comisión que necesita manos para levantarse.

En cuanto a nuestra “organización” buscamos trabajar el compromiso y la responsabilidad mediante cuatro ejes que consisten en la sistematización de las discusiones, trabajos y actividades realizadas; la estructuración de tareas; la evaluación autocrítica e integradora de las actividades realizadas y el compromiso revolucionario con la apertura de la asamblea hacia la población. Y frente a las situaciones de autoritarismo que se han vivenciado, proponemos la creación de protocolos de representación en otras organizaciones o espacios que promuevan una actitud de respeto hacia los acuerdos tomados de manera previa. Mientras que relación a nuestra “definición política” apostamos por un proceso que fortalezca nuestro saber-leer el territorio, avanzando hacia un saber-leer el contexto sociopolítico que habitamos y en el cual comprendemos se entrecruzan distintos sistemas de opresión y dominación, como lo son el patriarcado, la clase y la raza. Mientras que, en relación con la “institucionalidad” hemos planteado la necesidad de establecer relaciones con distintos tipos y procesos institucionales desde un punto de vista contextual y estratégico, privado de extractivismo e instrumentalización.

Finalmente, podemos decir que la acción colectiva de la asamblea tiene una importante orientación ético-política, que se expresa en un conjunto de valores compartidos que vivimos a través de nuestras acciones de cuidado colectivo en nuestro territorio. La solidaridad, la ayuda, la reciprocidad, la empatía y la dignidad, entre otros valores; marcan el trasfondo de nuestra organización sin detenerse en situar sus acciones dentro de una mirada crítica que cuestiona y resiste la asimetría y la vulneración de derechos que imprime el modelo individualista y neoliberal de la sociedad que hemos heredado.


Leonor Benítez Aldunate

Nació en Santiago en 1990. Es nieta de un ejecutado e hija de una ex presa política de la dictadura de Pinochet. Un hito relevante de su historia personal fue acompañar a la marcha por el TIPNIS en Bolivia el año 2011. Estudió Antropología en la Universidad Alberto Hurtado. Actualmente, se desempeña como asistente de investigación y docente ayudante en distintos proyectos y cátedras del área de la antropología, la educación popular y la salud. Pertenece a la Red Chilena de Antropología de la Salud. Ha participado en organizaciones feministas y territoriales, como fue la “Colectiva Feminista Las Melisas” y lo es la Asamblea Territorial Juan Antonio Ríos desde donde co-creó el curso “Salud Comunitaria Crítica: Experiencias de Salud desde los Territorios en Resistencia” impartido por la XXII Escuela Internacional de Verano de la Escuela de Salud Pública en la Universidad de Chile.